Soñar despiertos

Cuando somos niños soñamos sin miedo a sonar pretenciosos, pero cuando nos hacemos mayores dejamos de soñar. Ningún adulto confiesa que quiere ser Cristiano Ronaldo (futbolísticamente hablando), en cambio muchos niños sí.

El fracaso solo es síntoma de haberlo intentado. Es evidente que hay ocasiones en las que soñando y arriesgando sin control podemos perder mucho y debemos ser coherentes en ese tipo de situaciones. Pero lo que verdaderamente me llama la atención es otro tipo de situaciones en las que no tenemos nada o casi nada que perder y aún así aparece el miedo irrefrenable al fracaso y nos prohibimos a nosotros mismos soñar despiertos… ¿Por qué? Al menos si lo intentas puedes acumular una experiencia más, descubrir habilidades que no sabías que tenías y quién sabe, igual hasta sale bien, igual a la primera, quizás a la segunda o seguramente a la tercera.

Además creo que este miedo al fracaso incluye a la vez el miedo al qué dirán: ¿pensarán que soy muy presuntuoso? Pues seguramente haya mucha gente que lo piense, pero tú no tienes por qué ajustarte a sus expectativas. Es precisamente la gente que piensa así la que no lucha por sus sueños y yo, la verdad, prefiero probar suerte, solo puedo ganar, sino todo, al menos una parte 🙂

Creo que, en muchas ocasiones, la humildad está sobrevalorada y a cambio se fomenta un bajo autoconcepto de la persona. Socialmente no está bien visto decir que el día de mañana te ves como Director General de una gran empresa, pero sí que el día de mañana te ves en un trabajo normal. En el primer caso dirán de ti que tienes muchos pájaros en la cabeza, mientras que en el segundo caso no levantarás recelo.

Pero digo yo: ¿qué hay de malo en soñar? Los sueños, sueños son.

Salir de la zona de confort

A continuación podéis ver un vídeo que explica de manera muy dinámica qué es la zona de confort y cómo salir de ella:


¿Te animas?

Creatividad e ingenio a raíz de la serendipia

Seguro que alguna vez has dicho o has oído decir a alguien la famosa frase de: “es que yo no soy creativ@…”, como si se tratara de un castigo divino que impone la naturaleza y que exime de la obligación de tener que pensar. Pues bien, tengo una buena noticia: no se trata de nacer más o menos creativo como mucha gente podría pensar, sino que es una cuestión de actitud y de realmente estar dispuesto a generar y llevar a la práctica nuevos enfoques.

Existe un concepto que me llama mucho la atención y es el de “serendipia”, del inglés “serendipity”. Es la palabra que se utiliza para expresar que alguien ha realizado un descubrimiento mientras pretendía encontrar algo totalmente distinto. Esto ocurre a menudo en la ciencia y Albert Einstein reconoció haberlo experimentado en varias ocasiones. Pero… ¿Realmente crees que se trata de simple suerte o casualidad?

A mi modo de ver, este fenómeno es una consecuencia directa del espíritu creativo. ¿Y cómo alimentar ese espíritu creativo para atraer la inspiración que necesitamos? Existen muchas cosas que podemos hacer para fomentar nuestra creatividad y sorprendernos a nosotros mismos:

– Lo esencial es tener una actitud abierta al cambio, dejando a un lado los miedos a salir de nuestra zona de confort y asumiendo que es algo que requiere que pongamos todo de nuestra parte.

– Una vez ya tenemos claras estas bases, es primordial que comiences a realizar pequeños cambios en tu vida: empieza a ver películas distintas a las que sueles ver, entabla relaciones con gente de otros Departamentos, cultiva nuevos hobbies… Parece trivial, pero se basa en un principio muy básico de la Psicología: si estás en contacto con entornos muy distintos entre sí, tu memoria lo irá almacenando y tendrá más disponibles esos conceptos. Así de fácil.

– Escucha activamente a las personas de tu alrededor y déjate guiar por la curiosidad. Interésate verdaderamente por aquello que plantean, realiza preguntas y absorbe sus conocimientos. ¡Te sorprenderás de todo lo que te pueden aportar!

– Observa todo lo que te rodea y sé crítico con ello: ¿qué cosas podrían mejorarse?

– Intenta moverte en entornos que potencien la innovación y que te sirvan de retroalimentación. En entornos rígidos las nuevas creaciones son difícilmente aceptadas e irán minando tu motivación.

– Dedica tiempo a pensar. Mientras tu cerebro está ocupado en otra tarea es más complicado que surjan nuevas ideas, es por eso que muchas ideas nos vienen a la cabeza en la ducha, conduciendo o cuando estamos en la cama. No dejes que estos sean los únicos momentos del día para la reflexión. A veces es incómodo pararse a pensar sin hacer nada más, pero es necesario si quieres construir algo nuevo.

– Infórmate sobre técnicas de creatividad y ponlas en uso. Una de las más conocidas es el llamado “brainstorming” que consiste en generar múltiples ideas para más tarde decidir cuáles son las que mejor resuelven el problema.

– Apunta todas aquellas ideas que te vayan surgiendo, pero date prisa porque las ideas son volátiles y podrían caer en el olvido rápidamente. Es como cuando por la mañana recuerdas un sueño que has tenido pero por la tarde ya no eres capaz de recordarlo a no ser que te hayas encargado de afianzarlo.

Si llevas a cabo todos estos pasos ya solo te quedará lo más importante: transformar todas estas ideas en innovación, es decir, llevarlas a la acción en la vida real. Para ello simplemente necesitarás confianza y unas cuantas dosis de optimismo y entusiasmo. ¡Se acabó el decir que no eres creativo!

¿Qué es un tratamiento psicológico?

¿Qué es un tratamiento psicológico? Esa es la primera pregunta que debemos plantearnos cuando pensamos en la terapia psicológica y sobre la cual existen multitud de ideas erróneas preconcebidas en nuestra sociedad. Mucha gente piensa que el psicólogo es como un amigo al que vas para contarle tus penas, desahogarte y obtener consejo y orientación sobre lo que hacer con tu vida. Sin embargo, existen diferencias radicales entre un amigo y un psicólogo.

Es cierto que ambos tipos de intervención (la del amigo y la del psicólogo) tienen como objetivo resolver el problema de una persona. Sin embargo, el psicólogo se centra exclusivamente en problemas psicológicos mientras que el amigo puede también intentar resolver un problema económico de su amigo, repararle el ordenador, etc.

Bien, ahora surge otra pregunta… ¿qué entendemos por psicológico? La psicología es el estudio científico de los procesos mentales y del comportamiento de los seres humanos y sus interacciones con el ambiente físico y social. A través de este estudio se pretende conocer por qué las personas se comportan como lo hacen y predecir futuros comportamientos, modificándolos si este es el objetivo de la persona que viene a consulta. Para ello se utilizan las estrategias que utiliza cualquier ciencia: primeramente se describe de manera concreta el comportamiento problemático, se mide o evalúa y se hace un análisis causal entre el comportamiento que muestra la persona y las características concretas de su entorno. Para ello necesitamos conocer con precisión: el contexto donde ocurre la conducta, su frecuencia, su intensidad, su duración y las consecuencias que tiene para la persona este comportamiento. Esto es relevante ya que gracias a este análisis podemos pasar a utilizar los procedimientos o técnicas psicológicas que han demostrado ser eficaces para esos problemas concretos. Sin embargo, no demos olvidar que, aunque se parte de unas leyes de aprendizaje que son válidas de manera universal, cada análisis y cada tratamiento psicológico debe ser único ya que no existen protocolos estándar, pues el caso de cada persona tiene características propias que lo diferencian de los demás. Como es lógico, un amigo no sigue esta metodología científica para resolver los problemas psicológicos de su amigo, sino que se basa en la intuición, sus emociones y en sus propias experiencias.

Por otra parte, otra de las diferencias fundamentales entre un amigo y un psicólogo es que la relación que se establece con el amigo es bidireccional (ambos comparten mutuamente aspectos de su vida e intentan ayudarse el uno al otro) mientras que la relación con el psicólogo es unidireccional (es solo el paciente quien revela aspectos de su vida y solicita ayuda). Además, la relación con un amigo se trata de una relación muchísimo más cálida y cercana que abarca muchos aspectos más que la relación con un psicólogo. Por ejemplo, con los amigos son frecuentes los abrazos o actividades de ocio, mientras que esto no ocurre en la relación que se establece con el psicólogo. Esta distancia que el psicólogo toma en su relación con el cliente es lo que le permite ver el problema con objetividad y actuar basándose en hechos más que en sentimientos.

Por último, destacar que, aunque son diferentes entre sí, ambos tipos de relación son muy beneficiosos para las personas que presentan algún tipo de problema psicológico ya que se complementan entre sí. De hecho, está comprobado que tener un buen apoyo social incrementa las opciones de éxito en terapia.

 

Bibliografía:

Froján, M. X. y Santacreu, J. (2008). ¿Qué es un Tratamiento Psicológico? Madrid: Biblioteca Nueva.

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